A veces pareciera que se puede
definir un museo de arte en base a sus obras más famosas y reconocidas, o a sus
autores más famosos y excelsos, y nos olvidamos de todas esas pequeñas obras y
autores que, si bien poseen una cualidad y características innegables, son
pasados por alto u observados como propios de un orbe artístico menor.
En mi último
rondo por el Museo del Prado tomé nota de varias obras que no son muy conocidas
fuera de los círculos de apasionados del arte, y que menos aún suelen ser
promocionados como insignia del museo. Algunos autores, como Goya, son de sobra
conocidos, pero en ocasiones poseen ciertos cuadros o colecciones que se han
hecho célebres a expensas de que otros, no menos importantes, quedaran en la
sombra. (Hablando siempre en términos de profanos que visitan de vez en cuando
galerías de arte, claro está.)
Para
empezar, tenemos aquí una obra de David Roberts, el pintor romántico de
Edimburgo que tanto gustaba representar paisajes egipcios y españoles. Se
titula “El castillo de Alcalá de Guadaira” y es un trabajo que me llamó mucho
la atención cuando la vi. Obviamente es un paisaje romántico, y ese dorado
crepúsculo, el río con sus reflejos del atardecer, el humillo de las casitas, la
vegetación y las ruinas configuran una poderosa imagen de serenidad. De alguna
manera, pareciera incluso una estampa de algún pasaje de Tolkien.
Os dejo aquí
esta otra, más naturalista pero igual de bonita, que no se halla en el Prado.
Es el pueblo de Ronda.
Esta otra obra, en la que se
retrata a Santa Catalina de Alejandría, me ha gustado mucho. Es un cuadro de Fernando
Yáñez de la Almedina, pintor renacentista español (introductor del arte
quattrocentista en Valencia y Castilla La Nueva y conocedor de la pintura de
Leonardo Da Vinci).
Santa
Catalina, que fue martirizada en una rueda con pinchos por su adhesión al
cristianismo, es representada aquí con una gran serenidad. La santa parece casi
una niña distraída jugueteando con la espada (símbolo de ejecución), segura en
su fe y sin miedo ante su destino. Esa expresión suya, junto con el fondo
monumental y su bella vestimenta de símbolos cúficos, constituye lo que es para
mí la mejor representación de esta santa que he visto hasta la fecha.
En
este trabajo de díptico, obra de Jenaro Pérez Villamil, gran paisajista, lo que me llamó
la atención fue que dedicara un cuartel pictórico a la catedral de Oviedo,
reconocible fácilmente por su única torre. Muy curioso. A ver si dais con ella.
Aquí
tenemos un cuadro donde aparece la mágica montaña de Montserrat y justo delante
el gran filón de Roca Dreta, obra del pionero paisajista catalán Luis Rigalt.
Me parece un paisaje soberbio, casi propio de lugares de Norteamérica como el
Monument Valley.
De
un bruselense enamorado de los Picos de Europa tenemos aquí un cuadro
paisajista brutal y tan realista como de reales pueden ser los Picos. Es la
Canal de Mancorbo, de Carlos de Haes, Impresionante.
Copio
aquí una cita suya que dejó para la posteridad : “el fin del arte es la verdad que se encuentra en la imitación de la
naturaleza, fuente de toda belleza, por lo que el pintor debe imitar lo más
fielmente posible la naturaleza, debe conocer la naturaleza y no dejarse llevar
por la imaginación”.
Éste cuadro, “Santa
en oración”, es de Joaquín Sorolla, más conocido por otras obras. A mí me ha
captado el interés en gran manera por su halo misterioso y de mística dignidad.
El disco tras la cabeza de la santa (¿Santa Clotilde?), superpuesto a una especie
de cuadro que alberga dentro un círculo de negro absoluto, me evoca la luna
sobre la noche. Hay cierta magia cosmológica, astronómica, en esta obra. Más
que una santa, a mí me recuerda a una deidad, e incluso a la Muerte. Fascinante
de cualquier modo.
Del valenciano
Enrique Simonet me quedo con esta obra espectacular, en la que aparece Jesús
con sus seguidores en el Huerto y al fondo Jerusalén y el segundo templo. Hace referencia a un pasaje
del evangelio de San Lucas en el que cual Jesús llora por Jerusalén (Flevit super illam: lloró por ella) al
tener una visión en la que Jerusalén sufrirá graves desgracias y será destruida.
Esta obra sí
es muy conocida y de hecho está considerada la mejor pintura religiosa del
siglo XIX. Casi ná.
Supongo que el
astro del fondo es la luna, y es el elemento que más induce esa sensación de
futuro apocalipsis que pronostica Jesús. Es como si los sucesos de aparente
insignificancia del mundo humano tuvieran su eco en el cosmos, que altera su
apariencia para mostrar la trascendencia de las cosas que van a pasar.
¿Sabéis que está situada frente a la "Santa en oración", del disco aureolar?...Algo muy curioso...
Por
favor, mirad ese rostro, miradlo bien. ¿A qué hombre no le promueve multitud de
sugerencias? Se llama “La perla y la Ola”, de Paul Baudry. Y ella por lo visto
es Venus. Da igual, me fascina tanto como debió fascinar a la sociedad del
París del II Imperio. Qué desnudo, que pícara naiveté. Gústesme, nena.
Esta
obra, famosa, como famoso es su autor (
Zurbarán), me ha gustado también mucho.
Es la “Inmaculada Concepción”. Pero atención a la otra, que es el “Martirio de
Santiago”. El cuadro en sí es muy notable, pero lo que me ha encantado es el
detalle de la cabeza de perro que asoma por ahí. Es tremendamente realista. ¿Un
mastín, quizá?
“Paisaje
con ruinas”, de Nicolás Poussin, artista nacido en Normandía y que se convirtió
en una importantísima figura en la pintura clásica francesa del siglo XVII.
Aquí el autor nos otorga un cuadro de significado oculto, quizá alusivo al
origen de Roma con ese sarcófago etrusco, y el horizonte de gloria de los
monumentos. A mí me magnetiza tanto por la paisajística serena y los monumentos
que representa como por ese aire de enigma que parece portar, y que le da un
tinte onírico.
De
Poussin también, me quedo con “El Parnaso”, bella pintura que me gustó mucho
más que nada por el elenco divino de la poesía que allí aparece. La descripción
del Prado así nos informa:
“Es una celebración de las Artes,
especialmente de la Poesía. Apolo ofrece el néctar de los dioses a un poeta,
probablemente Homero, coronado de laurel por Calíope, la musa de la poesía
épica. En primer plano dos amorcillos ofrecen a los poetas el agua inspiradora
que mana de la Fuente Castalia, personificada por la mujer desnuda. Inspirado
en el fresco de Rafael en el Vaticano, es quizás un homenaje al poeta italiano
Giovanni Battista Marino (1569 1625), mecenas de Poussin.”
Y
bueno, aquí una obra del parisiense Simón Vouet, caravaggista (seguidores de la
tenebrista pintura de claroscuros de Caravaggio)
y también clasicista. La obra en cuestión se titula “El Tiempo vencido por la
Esperanza y la Belleza”.
El
Tiempo (Cronos) yace en el suelo con su reloj de arena y su guadaña, vencido
por las dos femeninas deidades que parecen disfrutar humillando al viejo. La
Belleza (supuestamente con el rostro de la mujer del pintor) parece
comunicarnos con su sonrisa y gesto que aún hay luz en la vida humana a pesar
de la vejez y la muerte. Desde su báquico sonreír nos hace cómplices de la
esperanza…su amiga.
A
mí me gustan mucho los paisajes bucólicos y rurales de época medieval, así que
no he podido dejar de tomar nota de este cuadro de David Teniers, “Fiesta y
comida de aldeanos”. Observad al aldeano de la derecha, que se apoya en el
cercado de madera, menuda borrachera lleva ya.
He
advertido que se repite a menudo en este tipo de representaciones una escena
típica compuesta en su mayor parte por el banquete celebrado en una aldea, y a
la derecha tras un cierre una imagen de naturaleza, quizá para señalar que el
cuadro urbano se enmarca en un ambiente rural.
“Concierto
de aves”. Éste, aparte de bonito y simpático, me transmite algo oculto desde la
mirada del mochuelo. Parece ser que este tipo de pinturas (conciertos de aves)
estuvieron de moda en su tiempo. Es de Frans Snyders, pintor flamenco de
pájaros, animales varios y bodegones.
Otra
cosa que me ha llamado mucho la atención en el arte sacro es que a menudo se
rompe con la idea general del tiempo. Podemos ver en un mismo cuadro a Jesús
niño y a la Virgen María también en edad infantil, o a Jesús adulto y a María
niña, como elementos omnímodos con los que la concepción clásica del tiempo
pasa a ser relativa.
Guillermo M.A.