Era una
bochornosa tarde de verano, de estas de calor pegajoso con visos de tormenta
inminente. Y también era mi segundo día trabajando en la funeraria, o el
tercero. Bueno el caso es que allí estaba, a las puertas del cementerio de Pola
Siero, con mi jefe, que no hacía sino maldecir por el calor,
por los truenos lejanos, por la llave que no abría la puerta y hasta por su
madre por haberlo traído al mundo.
-Cagon
hasta en la ¡puuta! que…pario esta llave cooooño.
-Buf, vaya
calor que hace- dije sofocado.
-Aaaaay
hombre, pasa pacá – me mandó indiferente mientras abría la puerta chirriante.
-Paso- y
entramos en el cementerio.
-A ver,
mira atiende, esa chavaluca que ta ahí…ahí hombre coño…ye la enterraora, ta pa
los entierros de parroquias fuera de Pola de Siero.
-Ah, y pa
les de Pola Siero entonces…?- pregunté a mi jefe, que subía cansado la cuesta
entre las tumbas formándosele una gran V de sudor en la camisa azul.
-Manolo,
dijetelo ya, pa los entierros de aquí, Manolo.
-Manolo-
repetí como un tonto.
-¡Moza! Ésta
se llama Ángela, y ye de Mieres. Pero de bromes con lo de “tienes perru” nada
eh? ¡Ángela! -. Mi jefe me miraba muy
serio, pareciéndome cómica la exageración de su advertencia - ni se te ocurran
las bromas con ella, ¡Ángela, rediós, atiende!
La tía en
cuestión, de espaldas a nosotros, estaba allí en lo alto del cementerio con un
sucio mono azul dándole al laboreo de la pala. Cuando llegamos a su altura,
clavó con brío la herramienta en un montón de tierra y empezó a quitarse los
guantes.
Me cago en la creación, murmuré
al verla cuando se giró hacia nosotros, pues no estaba yo sino contemplando el
rostro femenino más extraño, y para mí más bello, que había visto en la vida.
Ciertamente
muchos discreparían de mi impresión sobre aquella tía, señalando el toque
andrógino que se insinuaba en alguna parte de su cara, pero a mí aquella faz de
feroces ojos claros, palidez extrema con ojeras y pómulos marcados de tía
macarra me cautivó.
Me era tan inexplicablemente familiar…
-Esti ye el
rapaz que acaba de empezar a trabajar con nosotros, Ángela…chst… cagon hasta en
diez muyer, no fumes aquí…- la regañaba tímidamente mi jefe, y ella, ignorándole por
completo con el cigarro medio cayendo de sus labios, me tendió la mano.
La cabrona
tenía una mano de hielo, muy fría. Más fría aún que la de los dos pobres
desgraciados que yo había amortajado el día anterior en el sótano del
velatorio. Ella sonrió veladamente al advertir mi sorpresa, y recogió su melena
hacia atrás dejando despejada una frente blanquecina, manchada con polvo de tierra.
En estas
que nos quedamos así, en incómodo silencio, la tormenta que barruntaba desde el
cielo de Noreña produce un trueno bárbaro que retumba cavernoso por los vacíos
pasillos de los nichos. Se levanta un fresco viento que remueve el aire
caliente y las flores secas de los entierros de días pasados. Pasan cuatro,
cinco segundos.
-Bueno…
chavalín, espero que te lleves bien con esta fichaja, que estos enterraores vas
tratar mucho con ellos, y dan mucho guerra – cortó el incómodo silencio mi
jefe, intentando bromear nervioso. El esquema de jerarquía no iba mucho con
aquella Ángela, y él lo sabía; maldita
sea, pensé, es como si el jefe
estuviera algo acojonado con ella.
-Seguro que
nos llevaremos bien- contestó Ángela, al fin, con voz glaciar y relajada, apoyando
las manos y la barbilla sobre el extremo de la pala, mirándome.
Y volví a
fijarme en aquel rostro, y, de manera inexplicable, sentí una multitud de sensaciones
diversas al mismo tiempo; algo así como la efervescencia de mil veranos de vino
y festival, la libertad feroz de una interestatal norteamericana, el hormigueo
nervioso de las primeras veces con las drogas, el ansia desatado de morder la
vida como una inquietud hace mucho olvidada, el sobrecogimiento de acabar el
instituto, el enrarecido presentimiento cuando entras en una mansión
abandonada, en definitiva la maldita impresión de vivir en un genial sueño.
Ella me
estaba apretando algún jodido botón en alguna parte perdida de mi
subconsciente. Sus ojos se tornaron amarillos, con un brillo ambarino...No pareciera sino que el terror recorriera mi médula espinal
como una mano juguetona un piano. Miedo y alegría bailaban por mi espinazo
hasta lo más oscuro de mi psique.
De repente nos corta a los tres el tono de un móvil, "She sells sanctuary". Qué oportuno. Lo cojo, y mientras hablo por él, y Ángela con mi jefe, intercambiamos miradas. Yo, miradas de fascinación; ella, miradas de "ya verás las cosas que te van a esperar aquí".
De repente nos corta a los tres el tono de un móvil, "She sells sanctuary". Qué oportuno. Lo cojo, y mientras hablo por él, y Ángela con mi jefe, intercambiamos miradas. Yo, miradas de fascinación; ella, miradas de "ya verás las cosas que te van a esperar aquí".
Podría decir que ahí empezó todo, que ahí comenzó todo el lío, conociéndola de aquella manera, pero lo cierto era que
yo ya llevaba años soñando con Ángela…
Guillermo M.A.
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Diario de un funerario, author : Guillermo M.A.
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