-Pues yo no pienso regresar a Laviana,
colega.
David
hizo girar entre sus dedos el grueso vaso de cristal de su whiskey, y con la
mirada perdida y el gesto hosco, lo levantó de manera brusca y se lo tragó. El
vaso no volvió a la mesa sino con un violento golpe. David parecía un viejo
impulsivo que no pudiera suavizar los movimientos de su brazo. En realidad se recreaba
en sus ásperas maneras; todo un cowboy.
-Aquí
malvives, coño- me respondió volviendo a clavar la vista en el vaso, en una
inconsciente expresión de asco de la que yo adivinaba que rumiaba algo en su
interior.
-Ya, ya
lo sé- afirmé abotagado. Miré a través del cristal de la mampara de la terraza
y vi la bahía de San Lorenzo, al fondo, destellando. El gentío a la solana por
el paseo; paisanos jubiletas,
corredores que seguro preparaban las físicas de la policía nacional, nenas de
ínfulas primaverales en shorts.
-¿Estás
a mal con tus padres?- intentó averiguar David. Una camarera de aspecto
cuarentón se fijó en nuestros vasos. David reaccionó tarde para pedir otro par
de whiskeys -. Ah, a la mierda Jhony, apuesto que es orgullo.
-Exacto,
no vuelvo a casa de mis padres por el peso de mis negros cojones.
David
rió. Seco, desvalido de resortes auténticos para la risa. Arrugó el morro y
cabeceó afirmando en silencio.
-Verás,
David, no es tan fácil. Mi curro en la hamburguesería es una mierda,
prácticamente trabajo para la subsistencia, y si no fuera por Susana...
-Bendita
tu Susana- agregó David, y cogió el vaso de whiskey pero pronto recordó que lo
había limpiado. Susana no iba a ser elogiada en brindis.
-Coño,
si no fuera por ella no habría manera de seguir pagando la puta renta, ¿sabes?
– le expliqué. Esta vez David chistó a la camarera y le pidió dos whiskeys más
-. Puede que no tengamos un duro para salir de fiesta, pero entre su curro en
el pub los findes y mi trabajo podemos seguir adelante cuando llega el fin de
mes.
-Bah,
subsistencia, Jhonny. Tenemos que buscar algo mejor.
-¿Y a
ti, en Laviana no te va mejor?, digo, ¿no te salen obras y apaños?
-Bah,
subsistencia.
Reímos.
Ya algo entumecidos y risueños por el calor ascendente del whiskey. La camarera
cuarentona nos sirvió otros dos amablemente. El bullicio pre veraniego del
paseo de la playa llegaba hasta a mis oídos algo apagado debido al alcohol. Sin
embargo mi olfato parecía aumentar, recrearse en las distintas gamas de olores
que percibía; el olor del cercano mar, las colonias de los paseantes, el
whiskey, el aire…ese aire salvaje de la calle, de cuando llega el buen tiempo,
que aturde con presentimientos de días azules pasados y futuros…
-Laviana
murió hace años ya. Bueno, al menos para la gente joven, quiero decir- y dije.
Adoptamos
expresiones adustas, reflexionando ante el inevitable cúmulo de recuerdos que
esas frases nostálgicas suelen evocar.
-La
fiesta desde luego. Se siguen organizando eventos festivos y tal, pero no es lo
mismo, el contexto económico no es el mismo- expresó serio David.
-Ni
siquiera la mentalidad de la gente. El Carpe Diem es un lema ya imposible. Las
cuencas mineras se han convertido en un gran geriátrico tan solo sostenido por
las pagas de los jubilados. El dinero ya no fluye como antes, diablos, si es
que la fiesta misma ya no es lo que era.
-Y que
lo digas, Jhony. Además los chavales de las generaciones de ahora están apijotados; no hacen sino fumar yerba,
cuidarse para el gimnasio, y salir a hacerse fotos para las putas redes
sociales. No son los salvajes macarras que éramos nosotros.
-Es
porque no tienen pasta, David. Además mira cómo persiguen ahora el botellón en
todos lados.
-¡Y una
polla!, anda que sus papis no tienen dinero ni nada, la mayoría. Y lo del
botellón te informo que Barbón el alcalde es bastante permisivo con ello, ahora
en La Pontona se hacen macrobotellones. Desesperado intento de atraer “la
movida” de nuevo a Laviana.
-¿Botellones
junto a la biblioteca?, qué infamia- contesté riendo. Tomé un trago de whiskey
y observé la gastada fachada de un alto edificio al otro lado de la plaza,
donde estaba nuestra terraza. Sábanas blancas ondeaban como fantasmas cuyas
manos estuvieran atrapadas en el alféizar de las ventanas. Gaviotas por aquí y
por allá. Niños dando voces y corriendo. El whiskey pegando como un cabrón,
fustigando los caballos del recato.
-Hablamos
ya como putos viejos, David.
-¿Y qué
somos ya, a las puertas de Mordor, con veintiocho tacos?- inquirió gracioso
haciendo aspavientos mi amigo.
-Jóvenes.
No lo olvides. Seguimos siendo jóvenes.
De nuevo
la seriedad resbaló por la mesa donde tomábamos los whiskeys. Pasaron, con las
tablas bajo el hombro, dos surferas altas y morenas. Un breve silencio, y me sentí
impelido a hablar, no por incómoda pausa, sino por ganas de parloteo banal.
-¿Te
acuerdas, eh cabrón, en tu BMW de paquete arriba y debajo de Laviana?, siempre
de fiesta, siempre de comedia. Había trabajo en la construcción, y manaba el
dinero por todos lados; que si cogemos medio de peri, que si vamos a tomar unos
vinos, unos cubatas a La Pista, espichas, cumpleaños, Aquasellas, liadas por
semana…Y luego toda esa banda de personajes que siempre estaba con nosotros.
A David
se le iluminaron los ojos. Comenzó a sonreír endemoniado.
-Qué
tiempos, Jhony, qué tiempos.
-Estábamos
mal de la chota, tío. No veíamos límite – dije sumido en la reflexión del
pasado común. - ¿Sabes?, quizá hayamos sido nosotros los que hemos cambiado.
Mi
colega retiró la frente hacia atrás y comenzó a acariciar su barbilla y papada
alcohólica, repitiendo para sí en voz baja algo ininteligible, asintiendo con
la cabeza como dándome la razón.
La
fiesta había protagonizado nuestras vidas. Nos dijeron que se había nacido para
disfrutar, que la vida duraba cuatro días y que cualquier otra complicación más
allá de salir de fiesta era una pérdida de tiempo. Nos lo dijeron sin
decírnoslo directamente, porque era algo que se palpaba en las calles, en la
gente, en la cultura y la esencia de un país que vivió sumido durante unas
décadas en una gran celebración y despilfarro. Continuábamos las romerías y
juergas los días de resaca, animados por una constante impulsividad de querer
“estar en todas”. Y eso parecía lo correcto. Pero ahora, de mano del simple
impedimento económico, todo quedaba patas arriba y la vida de la mayoría de la
gente se estancaba en stand by. Unos se moderaban, otros huían, y algunos
persistían mientras el puto país entero era arrastrado en la resaca de la
bajamar.
-¿Y
ahora qué, Jhony?- David me preguntó mirando el nublado vaso de whiskey,
tocándolo con los dedos suavemente.
Tras él,
la puerta del bar de nuestra terraza estaba abierta, y al fondo del local una
televisión de pantalla plana sobre un apoyo de madera daba las noticias.
Hablaban del asesinado de la Carrasco esa del PP. Una fotografía de la política
era mostrada mientras periodistas en pequeños recuadros comentaban nuevos
informes. Cogí mi whiskey y me lo bebí de un trago.
-¿Ahora?,
ahora toca madurar David. Toca la hora de ser paisanos, de agarrar la vida por
los cuernos.
-No
queda otra- me dio la razón sacudiendo en el aire el dedo índice de su mano derecha.
Asentimos los dos, yo creo que sin saber muy bien lo que encerraban mis propias palabras, su significado concreto. De repente David me miró como sacudido por una revelación, boquiabierto -. ¿Sabes?, me voy a pillar un alquiler aquí en Gijón con lo que
saque de una obra de un tejado que estoy haciendo allí en la cuenca, como si he de compartir piso con estudiantes o inmigrantes o la madre que lo parió.
-¿Entonces?
-Que no
pienso regresar a Laviana.
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