sábado, 31 de marzo de 2012

viernes, 30 de marzo de 2012

La realidad mutable

Las cosas cambian.
La gente cambia.
La vida misma cambia.



Con un teléfono, un correo, una palabra, un arrebato o una decisión. O un encuentro a la vuelta de la esquina.
Un giro del destino. Lo que existe deja de existir.
Ya sea una vida, un amor, un empleo. El estado de paz y guerra entre naciones.
La revolución o la quietud social.


Cualquier cosa, grande o pequeña...está sujeta a cambios.
La realidad también.

Investiga tus sueños. ¿Qué son?. Otros mundos, otras realidades.
Lo inexistente.
Las nieves de la nada, se imponen. No hace frío,
el hielo no quema.
Vacío.




-GMA-



martes, 13 de marzo de 2012

Subida a Pico Gamonal

Con esa extraña autocomplacencia que siente uno cuando el Domingo por la mañana se levanta fresco y nuevo por no haber trasnochado, oteé el límpido cielo que abría la mañana a través de la ventana de mi habitación y presto apuré a prepararme para lanzarme a los caminos.

Ya en las barriadas viejas, enclave de encuentro con los demás montañeros, pude saborear en el aire matutino aún el carácter festivo de la noche. Pero hoy sería un día sano. Pronto me reuní con Fren y Helios, únicos partícipes en esta singladura montañesa si exceptuamos al can de ocasión, “Bryan”, creo recordar se llamaba. Intrépido Milú, fox-terrier de nervio y energía, pareció disfrutar más que nosotros de la jornada campestre.

Tomamos rumbo a Rioseco y al abrigo de la tímida calidez de las primeras horas del día, comenzamos nuestra ruta entre robles y castaños por un camino de tierra.

La quietud armoniosa del paisaje tan solo musicalizada por el chorro de agua que cae en alguna bañera que hace de abrevadero, el canto de aves que bien pudieran ser el pito negro o el gorrión alpino, el río resonando cavernoso en el fono de la médula del valle, las cabañas de piedras de vez en cuando, aquí y allá, su tímida mirada lítica entre los arbustos de las veredas azotando con las sensaciones de otros tiempos a quien quiera sentirlos, toda suerte de concurrencias que vibran armónicas constituyendo el espacio-tiempo de la perfección natural.

Tomamos la calzada romana que asciende y dejando atrás el húmedo bosque, llegamos al paisaje de la alta montaña, donde el suelo de hierba se encontraba salpicado por islas calizas que nos mostraban el litosuelo desnudo. Vimos brillar al pantano, destellante, allí a lo lejos, como un gordo río que rutilaba con los tempraneros rayos de sol a modo de bahía de montaña. Cruzamos enebros, escobonales y nos abrimos paso entre las aulagas y los tojos bajo la atenta mirada de las cansinas vacas casinas, de quienes no fiaba mucho el simpático can de Fren. ¡Ah, la calzada romana!, ¿de veras sucedió aquel tiempo?, se pregunta uno caminando por el paso de los vestigios históricos. Ya tan lejano en el tiempo, aquel camino empedrado venía desde León y se adentraba en Asturias, con múltiples ramales, siendo principal el que dirigía a Infiesto.

Rememoramos los pasos de otra era, más dura quizá pero más noble, y ascendimos la montaña dejando a nuestra margen derecha un desfiladero que se alzaba sobre la carretera en dirección a Tarna, la cual se veía diminuta desde nuestra atalaya caliza.

Volvimos a una cuesta de tierra nuestra caminata y contemplamos los buitres cortar el aire en las alturas, aprovechando el aire caliente para alejarse del suelo y humillarnos en nuestro limitado grado de libertad física. El sol ya no acariciaba, sino que comenzaba ya cual cómitre de galeras a fustigar cuello y brazos, por lo que no tuvimos a mal rememorar los aromas tropicales del verano echándonos un poco de crema solar.

Andaba jubiloso e incansable el perro brioso, ya subiendo las seves, que si encaramándose a los muros, correteando en derredor nuestra o subiendo las pendientes montunas con gran ímpetu; descansó tan solo para que Helios le retratara junto a una fuente, dando así el animal una foto muy resultona.

En el transcurso del camino romano encontramos una placa conmemorativa referente a alguna historia perdida de la guerra civil, una de tantas. Un hombre que cayó por la lucha contra la injusticia social, uno de tantos. Y es que las montañas sangraron en otros tiempos hace tanto que éstos ya nos parecen hasta ajenos, pero desde los cuales brota la rabia y el eco de un pasado que por cuanto hoy día nos afecta, es tema de presente.

Tomamos frugal refrigerio en la entrada de una cabaña semiabandonada, accediendo a ella por un muro echado abajo por un árbol caído, y repusimos fuerzas. Vimos Campiellos en las alturas, vimos penachos de niebla fluyendo por la V del pequeño valle a donde nos dirigíamos, vimos majestuosas montañas galoneadas con coronas níveas y después de la somera contemplación y piscolabis, dimos en proseguir la caminata.

Contábanos Fren sobre el origen de las rocas de arenisca que por entre los matojos afloraban y su infancia fluvial antes de la compactación en aquellas moles cargadas de pequeños cantos redondeados y dispuestos en una misma dirección. Mas yo, que viera útil aprendizaje de todo esto, apresté bien el oído a las lecciones campechanas de geología de andar por casa. Tomamos unas fotos muy así como de Tuenti sobre los picachos rocosos, acompañados por Bryan, y caminamos hacia una mayada donde pastaban, ajenos, bellos equinos. Allí retozó cuanto quiso el perro y divisamos pueblos que nos eran desconocidos, atribuyéndoselos a Naviense jurisdicción.

Descendiendo ya por un seco cauce de riachuelo, saltando algún humedal y contemplando las ruinas de varias cabañas, llegamos a la pista de hormigón que finalmente nos condujo a Rioseco de nuevo. Mas no detallo más, que arto largo se me antoja el escrito. ¡Qué decir, qué se puede decir, de un día como este de montaña!, un día fresco y sano, de esos que tienen cabida en el porcentaje que podríamos calificar de parte del tiempo aprovechado de tu vida. Caminamos sobre los caminos de otros tiempos, discurrimos por entre bosques y roquedales. Pero aparte de narrar la manera de la ruta, ¡qué queréis que os diga, las sensaciones tiene uno que experimentarlas!.

GMA

jueves, 8 de marzo de 2012

Volver a la noche


Pronto volveré al aire vivo de la noche, desligado de la rutina
y el maldito madrugar.
Saldré sin rumbo a explorar ocioso y curioso
ciudades y montañas, y almas y disturbios.
En la honda, honda noche, sentiré el frío viento sobre la cara, de nuevo,
y sabré perderme por los oscuros callejones de trapicheo y gatos y basura y ventanas de cocina
por donde sale un humo rancio y ruidos de hogares, ruidos de otro mundo.
Devóreme ciudad, y permítame cazar mariposas de ensueño entre los neones
para revelarlas en sesudas sesiones de alcohol y poesía en algún desván con escritorio.
Y afuera los tejados, ya todo chimeneas y luna y revuelto onírico que me
llama.
Una y otra vez,
me llama
esa metrópolis oscura.

Guillermo M.A.---03---2012



martes, 21 de febrero de 2012

Represión estudiantes Valencia Lluis Vives

FUENTE: http://www.canalsolidario.org/noticia/cargas-policiales-contra-menores-en-valencia-carta-de-una-profesora-de-secundaria/28616


"Qué difícil nos lo ponen. Respiramos hondo para recuperar la calma pero no es sencillo. Nuestros hijos, menores de 13 a 17 años, reciben una paliza de una policía que nosotros mismos pagamos. Llegan a casa heridos en el cuerpo pero más aún, en el alma. Sí, estamos en España en el año 2012. Lo que pudo ser, en sus jóvenes cabezas, un referente del orden, es hoy el látigo de la injusticia y la impunidad de quiénes ellos no conocían y nosotros soñábamos que habían desaparecido.

No puedo explicar a mi hija por qué sus compañeros han sido apaleados por la policía antidisturbios cuando se quejan porque están siendo dejados en el olvido, por qué el miedo es el idioma que impera en nuestros gobernantes cuando se ocupan de nosotros y menos todavía, por qué les permitimos que nos gobiernen. Le miras a los ojos y sólo puedes llorar de pena por lo que les estamos dejando. Cada día es más difícil tragar, tolerar, racionalizar, ponderar, comprender, entender, permitir, consentir. Cada día es más difícil SER...

Hoy una amiga de Nittúa, docente en el instituto Luis Vives de Valencia, nos envía esta carta tras vivir esa carga policial contra sus alumnos.

Carta de una profesora de Educación Secundaria…

Expongo
Con las lágrimas en mis ojos quiero contaros algo, una de esas cosas que te dejan con el alma sobrecogida, algo de eso que guardas en tu memoria para siempre, algo de eso que preferirías no haber visto, algo de eso que preferirías que no ocurriera… algo que no tendría que haber ocurrido…

Tres menos cuarto de la tarde calle marques de Sotelo, pleno centro de Valencia, furgones policiales en las esquinas de la calle Sant Pau… todo tranquilo… mi amiga me llama la atención de que algo esta ocurriendo… yo miro desde mi nube y pienso que algún político de esos elegidos por el pueblo y que tanto miedo le tiene a su pueblo que se hace proteger por varios furgones de la policía nacional esta en algún organismo oficial…

Entro en mi centro, voy a mi despacho que da a la calle Xativa frente a la estación de Renfe y comienzo escuchar como se van acercando un montón de furgones policiales. Salgo a ver que pasa solo cojo la chaqueta, sin carnet, ni móvil, ni nada. Algo extraño dentro de mí me decía que tenia que salir… no estaba actuando con la razón.

La situación de alerta era máxima, se dispara mi sistema no racional, salgo como alma que lleva el diablo. Toda esa policía cargaba brutalmente contra un grupo de unos cuarenta niños y niñas adolescentes. No lo podía creer, los tiraban al suelo. Paralizada, llorando, viendo aquellos alumnos y alumnas nuestros en la acera de la estación de Renfe….

No quiero llamar desproporción de fuerza a eso porque sería insultar al género humano, porque no quiero caer en la manipulación del lenguaje que utilizan esos llamados defensores de la democracia.

Esposas y furgones policiales ¿para qué? me pregunto. Si lo que querían eran acallar sus “gritos de verdad”... mejor esparadrapo...

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NITTÚA
Núria González
Raúl Contreras

domingo, 8 de enero de 2012

Para qué vivimos



A veces me da por pensar que se nos está escapando algo, quizá el tiempo, quizá un mundo, a nosotros los jóvenes. Quizá a todos los que vivimos en este siglo raro.

Busco la fuerza, la ilusión, la vitalidad y el poder de la juventud que nos debería estar guiando a través de un presente construido por nosotros mismos. Pero solo veo barcos a la deriva, náufragos, y a oscuros Poseidones ricachones azotándonos con inclementes tormentas y tempestades ante las cuales parece que poco, o nada, podemos hacer.
Quizá escriba esto para autoengañarme de que soy menos culpable de participar en esta mansedumbre por el solo hecho de escribir esta mierda…pero no sé yo.


Hubo un anónimo que me escribió en el foro de Undellaviana diciéndome que dejara de ir de “progre intelectual” porque rara sería la vez que estuviera “con la mente despejada del efecto de las drogas”. El tipo en cuestión creo que es un hijo burgués que vive de puta madre con su sueldecito de funcionario y que nada le importará la lucha contra este sistema de mierda. Al menos, este tipo de payasos es más culpable que yo de mantener engrasados los engranajes subyacentes a esta podrida sociedad.
Quizá envejezcamos, y todo cuanto podremos decir aquellos que tengamos la suerte de llegar a poder arrugarnos será: “no hice nada más que buscarme mis propias habichuelas, y así construimos este mundo. Pero, cojones, yo luché por mí mismo”. O quizá lamentemos amargamente no haber empleado los tiempos mozos en construir algo hermoso de verdad cuando teníamos el poder de los veintipico años, en perseguir ese relámpago blanco que nos eriza la piel con su extasiante y borboteante sensación de libertad, ese relámpago que precede al estampido del trueno de la revolución.

Todo cuanto nos han dado a conocer, todo aquello que nos han mostrado para perseguir como objetivo o meta, huele a huevo podrido. Somos jóvenes desarraigados, sin ideales ni grandes alturas espirituales. Pensamos poco, y mal. Pero nuestro refugio y baluarte son las fiestas, las amistades(sean verdaderas o no), la pareja con la que la gente se encierra en su mini-mundo aún más,, los coches a los que aspiramos pobremente con la exigua nómina o toda esa retahíla de imposibilidades que el pícaro sistema nos vende con videoclips de la MTV de tías buenas, orgías en yates y una vida de oro, fama y esplendor. Todo eso es el refugio, la meta. Nuestras vidas, más sintéticas que nunca. Nuevamente digo: algo se nos escapa en nuestros mejores años.
No estamos unidos. Nos domina el miedo y la incomunicación. Tememos al fracaso y a quedar fuera cuando lo cierto es que esta maquinaria de los mercados ya nos relega a fracasados queramos o no y estamos fuera de ese gran mundo que nos gobierna. Joder, y aún hay quien piensa que es libre.

Tememos muchísimo dar el paso. Coger un maldito teléfono, personarnos en alguna asamblea del 15-M, unirnos a algún grupo de protesta, formar el nuestro propio, reflexionar con un papel en blanco delante y pensar, imaginar. Nos cuesta horrores y seguimos prefiriendo que nos hagan picadillo en el día a día laboral e intentar llevar, a duras penas, nuestras pequeñas vidas.
Sabemos que hay motivos suficientes para cuestionarlo TODO. No hay porque abrazar la violencia, ni radicalizarse. Esto se trata de una revolución de mentes, a nivel personal y de cada hombre y mujer. 
¿Hasta cuándo estaremos cayendo repitiéndonos “todo va bien, todo va bien” ¿ ¿nos dejaremos estrellar contra el duro asfalto el día que, por ejemplo, tengamos que olvidar nuestra dignidad frente a un empresario que abuse laboralmente de nosotros sin tener la posibilidad de apelar a nada ni nadie?
A muchos les interesa subyugar el fenómeno de contra-cultura que va surgiendo poco a poco en España. Llamarlos a todos “perroflautas”, por ejemplo, como se hizo en el 15-M. Quiero pensar que se ha puesto a girar algo imparable y que crecerá inexorablemente.


El peso de una absoluta soledad del alma nos lanza a las calles, a la fiesta.
He buscado entre la bohemia de la fiesta, entre histéricas noches de música electrónica y mañaneo brutal; busqué también en lo mas hondo del mundo natural, en soledad por las montañas, quemado por la luna y alucinado con los misterios de hayedos y robledales entre la niebla. Entre alcohol,  y vivencias extrañas. La gente vibra de vacío puro, pensé.


Nos dijeron que este sistema era el mejor. La gente vivió entre su televisión y su cochazo esperando encontrar el absoluto significado de porque estamos aquí en coleccionar cosas materiales. Ahora esto se viene abajo.
No puede haber más demora. Es el momento de encontrarnos en el punto de inflexión y comenzar a pensar de manera diferente a como nos han educado.
Todo esto se viene abajo y comienza la gran búsqueda.
Nada entre este mar de basura, ábrete paso entre la BIG DATA, y busca tu propia verdad.

-GUILLERMO MENDEZ ÁLVAREZ 08-01-2012

Nosotros


“Somos los malditos hijos de la historia; desarraigados y sin objetivos. Trabajando en gasolineras o en bares de mierda”. – El Club De La Lucha.


viernes, 30 de diciembre de 2011

The Saboteur: last mission




1944. Sean
conducía su coche de carreras Aurora a toda velocidad por las calles convertidas en auténticos campos de batalla; cada esquina, cada casa, cada barricada en el parque, cada vehículo calcinado, era un enclave y una batalla, una refriega urbana. La Resistencia francesa y los parisinos se habían echado a las calles, ya fueran armados con fusiles o pistolones de la primera guerra mundial, se habían decidido a jugarse el todo por el todo en un último intento de expulsar a los nazis definitivamente de la ciudad de las luces. Además, los americanos y los ingleses ya habían dejado atrás Caen y Normandía para dirigirse a toda prisa a liberar París; las divisiones nazis alemanas emprendían la retirada y esto daba fuerzas a la Resistencia francesa. Así pues, esquivando bloqueos panzer y coches ardiendo, recibiendo disparos esporádicos y apurando una velocidad vertiginosa entre el caos del levantamiento, Sean llegó al barrio Eiffel, donde la torre archiconocida se erguía en el oscurísimo atardecer que parecía sucederse en blanco y negro, sin color, sin vida.
Aparcó el Aurora y lo dejo escondido detrás de unos árboles del parque para posarse y contemplar con precaución el desolado paisaje; allí ya no había nadie, los lejanos sonidos de la batalla indicaban que el tiroteo se sucedía ya cada vez más lejos de la ciudad, por donde los nazis se estaban retirando para abandonar París. Llovía y anochecía.


Sean se abrió paso por la plaza saltando barricadas hechas con puertas, bañeras, vehículos y palés, sorteando cadáveres de soldados alemanes y civiles, evitando los ardientes Zeppelins que habían sido derribados y que ahora mostraban su estructura de hierro entre vaharadas de fuego que provocaban un calor insoportable al pasar cerca de los mismos. Sean pensó en posibles francotiradores, pero siguió saliendo a campo descubierto. Nada detendría ahora a Sean. Había pasado cosas peores, había vivido en el filo del cuchillo, al límite, el tiempo suficiente para decidirse a echarle agallas hasta el final de su venganza. Sabía que muchos oficiales nazis no habían podido o querido escapar y se refugiaban en la torre Eiffel; mejor aún, mejor dicho: Keiffel, el asesino de su mejor hermano y responsable de innumerables matanzas durante la ocupación nazi de París, ESTABA ALLÍ, DE ALGUNA MANERA LO SABÍA.

El humazo de los ardientes ingenios voladores que ahora crepitaban en llamas por la plaza de la torre Eiffel junto con la oscuridad de la noche cercana y la tormenta que descargaba creaban una atmósfera inquietante, turbadora, de pesadilla y de ensueño. Las cenizas volaban por doquier, entre la niebla lejana refulgían casas en llamas, estatuas mutiladas por la impía guerra, rastros de sangre, casquillos, una mujer con un viejo fusil aquí, con la mandíbula destrozada por un disparo, un soldado alemán ametrallado aquí, bellos árboles desgajados, cráteres de artillería… ¡oh, Sean!, ¿era esta la ciudad de las luces, que terrible infierno infausto vino de la locura germana a corromper tu poesía y arte, París?
Una siniestra melodía de piano descendía de lo alto de la torre, distorsionada, como un eco de locura, y se mezclaba con el sonido de los disparos y cañonazos que se sucedían sin descanso por la ciudad, ya lejos de allí. Sean ya estaba cerca, corría, apretaba los dientes, y su fusil le golpeteaba contra la espalda. La lluvia le había calado la ropa pero eso no importaba, no reparaba en ello. Venganza. Ése era su único pensamiento. Más allá de la horrible imagen de aquellos civiles fusilados por todo el parque, del cadáver de varios soldados de las SS ardiendo en silencio con sus máscaras de gas sobre el vehículo Sd.Kfc en llamas, más allá de toda la muerte en despliegue a su alrededor, estaba la rabia, el ansia de la venganza ya palpable, en la mano que tiembla de excitación. Sean llegó a la torre Eiffel y buscó el elevador.
Un grito desgarrador le hizo alzar la vista y pudo ver caer a un soldado alemán, el cual se descoyuntó por completo al caer en el suelo, con un chasquido espantoso; luego otro, y otro….y otro. Se estaban suicidando. Tomó el elevador y se dirigió al último piso al que podía llegar en el mismo. Mientras ascendía, vio en penumbra a París, salpicada de grandes fuegos y ocasionales resplandores de la batalla, que parecía ya apagarse poco a poco. El estruendo de un trueno se sobrepuso por unos segundos al del cansino altavoz alemán de la plaza y el gotear de la lluvia. Se abrió la verja del ascensor. Sean salió a la terraza donde antes había un restaurante y advirtió varios cadáveres sobre las mesas y por el suelo, entre las copas y los manteles de una última juerga; todo parecía desordenado, roto, sucio, mojado. Un chateau Laffite bebido con premura, una Luger de algún oficial por allí tirada. No había tiempo, no iba a permitirle a Keiffel un suicidio, DEBÍA ser asesinado, debía PAGAR por sus crímenes.




Sean tomó el siguiente elevador y llegó al último piso. Podía ver la enorme y vieja noria al otro lado del parque; pensó en los niños, hombres y mujeres fusilados. Pensó en la burguesía francesa colaboracionista de los nazis, en sus amigos muertos, fusilados. RABIA. Sean siguió su ascensión por la torre como si una ascética senda de purificación y redención mediante la justicia se tratara. Keiffel…
Llegó a la última zona, la más alta, de toda la torre. Allí dentro había un gran salón restaurante, y la música de piano, triste y lánguida, venía de allí. Entonces pudo ver a los oficiales nazis. Impertérrito, sin sentir nada, absolutamente nada, vio a un oficial coser a balazos a una mujer que llevaba la esvástica en su brazo y posiblemente fuera amada suya, o tan solo secretaria de campo, su edecán quizá. Después el tipo se suicidó sin reparar en la presencia de Sean. Éste entró en el salón, empapado, y se quitó el fusil del hombro. Nadie allí dentro parecía verle; borrachos, llorando, riendo, los oficiales nazis vivían sus últimos, mórbidos y obscenos, momentos.
Después de asesinarlos a todos, Sean llegó a un general hundido en un sillón que lloriqueaba con su Luger sobre la sien, pues no debía atreverse a suicidarse. “¿Te ayudo, amigo?”, y le reventó el cráneo. Entonces una mujer, también con la esvástica, salió de la nada y se abalanzó sobre Sean, que acaba de mandar al otro barrio a aquel pobre desgraciado. Sean reaccionó ágil y la tomó por la cintura, pasándola por encima de la espalda y arrojándola escaleras abajo; la mujer se rompió el cuello y allí quedó, pataleando en espasmos. Siguió hasta el centro del salón, y allí estaba el pianista, un compungido oficial nazi que tocaba con una inmensa pena la pieza musical, una y otra vez. Sean se acercó y el pianista, sin siquiera mirarle, le dijo “Está escaleras arriba, matando a sus propios oficiales y soldados”.
Sean encontró a Keiffel enloquecido, abatiendo a sus hombres con una pistola uno a uno. Cuando acabó, Sean salió a escena y le arrebató el arma, le propinó unos puñetazos que le tiraron al suelo y después lo levantó, lleno de ira: “¡Tú, animal, fusilaste a cientos de pobres inocentes, mataste a mi mejor amigo delante de mis ojos, ¿implorarás perdón ahora, escoria?”
Tan solo una risa maníaca respondió a Sean y entonces, éste lo empujó contra la valla de seguridad y le descerrajó un tiro en la cabeza. El cuerpo de Keiffel se fue hacia atrás y cayó por la barandilla de la torre hacia el vacío. La venganza se había consumado.
Entonces apareció Veronik, la amiga de Sean y miembro también de la Resistencia. “Ya acabó, Sean, volvamos.” El rudo irlandés se volvió hacia ella, mientras el agua de la lluvia le resbalaba por la frente y le hacía cerrar los ojos intermitentemente. “No, Veronik, esto acaba de empezar”.
Entre los fuegos que aparecían por doquier en todo París, los restos de muerte y destrucción que los alemanes habían dejado tras de sí y los cadáveres diseminados, parecía, pese a todo, que la ciudad de las luces volvía a ser, poquito a poco, pues eso, la ciudad…de las luces.

GUILLERMO MENDEZ ALVAREZ 31-12-11