Pueblo de El Mazucu. En torno a sus montañas, tuvo lugar una batalla decisiva en la Guerra civil.
Tosco pero aclaratorio mapa sobre la zona que nos enseñaron unos corredores de montaña.
Aunque la anubarrada mañana de Domingo que salimos en dirección al Oriente asturiano no era muy halagüeña, finalmente tuvimos una jornada soleada y calurosa. Los integrantes de esta expedición llanisca fueron Helios, Aroa, Guillermo, Eloy, Ángela, Aida y Paolo. Nos acompañaron, también, dos simpáticos chuchos que curiosamente tienen el mismo nombre: Barney. Uno es un lanudo perro de aguas, y el otro un hiperactivo e infatigable perro pastor de la raza Border Collie.
Quizá atendiendo a ruidos y olores que nosotros no apreciábamos.
Restos de un pasado pastoril
Para llegar a Peñablanca, hubimos de dirigirnos a la zona del Mazucu, concretamente al recoleto y empinado pueblo con el mismo nombre, lugar desde el que parte la ruta y que está siendo bien conocido en los últimos años gracias al éxito y merecido prestigio que ha alcanzado un restaurante tradicional llamado “El Roxín”, sirviendo excelentes platos de cabrito, sopa de hígado y fabada. Además, la zona del Mazucu tiene su historia, como bien atestigua la campana de la pequeña iglesia local, hecha con un obús; en la guerra civil cruentos combates tuvieron lugar por las lomas de las montañas circundantes, con cientos de muertos, allá en el 37.
Y allí siguen, vacías.
Tras desviarnos en Posada de Llanes, fantasmal villa sumida en la resaca de la fiesta de Carnaval de la noche anterior, y tomar una estrecha carretera por el valle de Caldueño, fuimos dejando atrás los esparcidos pueblos de Turanzas, Torrevega, Debodes, Villa, Buda y Caldueñín hasta llegar a El Mazucu. Fueron varios los jóvenes “mañaneros” que aún deambulaban por los caminos hacia sus pueblos desde Posada, cubalibre en mano todavía y exhortándonos a apretar el acelerador y forzar tramo.
Comenzamos la ruta en El Mazucu y ya en los primeros metros la cuesta del camino se empieza a mostrar pronunciada, pues en poca distancia se conseguía una considerable altitud. La senda dejaba el hormigón para ser reemplazada por escalones de piedras y terruños de barro removidos por el paso torpe de las ganaderías. Superamos varios majadas (mayaes), ora siguiendo algún camino, ora perdiéndolo y atravesando argomales y arroyos, y finalmente llegamos a una pequeña campa cercana a unas cabañas de pastoreo abandonadas y semiderruidas, que daban buena cuenta de la intensa actividad pastoril de tiempos pasados.
Perdido el camino, optamos por las cabriolas y trepadas sobre la caliza.
Dos miembros del grupo deciden hacer de este punto el final de la ruta y el resto continuamos bordeando las cabañas por la derecha en dirección a la peña. Las vistas son panorámicas; vemos al Oeste la zona del Sueve y la Sierra La Mazuca, al Norte vislumbramos numerosos pueblos costeros, y el mar, y en parte Niembro, tapado por la mole del Llobres. Por el Este, hacia la costa, Llanes, y por el interior, vemos el valle de Viango a la falda del Cuera. En direcciones sureñas, parte de los Picos ya se dejan ver y también creímos identificar Peña Ubiña y el Hibeo.
Continuando la aventura, trepando y saltando por piedras calizas y árgomas (tojos), llegamos a una serie de jous (simas cársticas) que bordeamos y encaramos ya la subida directa a Peñablanca. En aquellas zonas ya había nieve, aunque no en muy grandes cantidades.
Sombrías depresiones cársticas, de acanaladas paredes horadadas por las aguas.
Junto un jous
Cuando alcanzamos cima, fotos de rigor e impresionantes vistas en cualquier dirección; las más espectaculares, las de los Picos de Europa, totalmente nevados, con el Urriellu asomando de vez en cuando entre algunas nubes engarzadas sobre las níveas cumbres. Los Picos aparecían como una enorme cadena montañosa de tamaño desproporcionado en relación al resto de los montes que podíamos ver desde nuestro particular mirador en la cima de Peñablanca. En torno al Urriellu, las partes desnudas de piedra que no vestían el albo vestido de nieve parecían refulgir de color azulado. Peñablanca nos dejó claro lo excelente de su posición y altura para contemplar los Picos de Europa. Al Noreste, la Sierra plana de la Borbolla y ya Cantabria.
Los Picos de Europa
Llanes, ahí al fondo donde destella azulada la bahía.
La Sª del Cuera, y el valle de Viango. Cantabria se pierde en la neblina.
Un perruno melenudo posa ante el bello despliegue montañoso de Picos.
Tierra de Antiguos Reyes, de Fundaciones Históricas que se entenebrecen en los mares del Tiempo.
Barney, infatigable.
La belleza hipnótica del paisaje no exime del constante peligro.
El viento en la cima era intenso y muy frío, por lo que pronto bajamos de allí, tras comer el bocata, descendiendo por coladeros llenos de nieve entre las rocas calizas.
Esta vez tomamos el camino del canal de la vaguada y descendimos sin más problema, con el Barney Colli capitaneando el grupo tal y como había hecho en la ascensión, mientras el Barney más lanudo iba a nuestro paso, hecho el pobre un ovillo revuelto de pelo, nieve, matojos y pequeños palos adheridos.
Cómo no, al llegar al Mazucu tomamos unas sidras (salvo los conductores) en el restaurante de Fernando El Roxín, mientras la tarde decae.
Refrescando el hocico.
Y que nun falte.
Peñablanca desde El Mazucu (no olvidemos la ruta alternativa desde Cabrales) es un itinerario de montaña bastante asequible, que si bien posee pronunciadas pendientes, es una corta ascensión. Lo más impresionante es llegar a su cima y contemplar de un lado los imponentes bordes dentados de Picos, y por el otro, la bahía costera oriental de Asturias.
Guillermo M.A.
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